(...) Aterrada se encogió en la cama, abrazándose las rodillas con la intención de protegerse del vampiro que estaba frente a ella. No puede ser cierto, se dijo Annika comenzando a llorar, él está muerto. ¡Lo vi caer con mis propios ojos! Pero a pesar de convencerse a sí misma de eso, aún era capaz de ver la sombra de Viktor frente a ella. Viktor, en cambio, la observaba desde el pie de la cama con una expresión seria en su rostro, inmóvil, y Annika al momento de atreverse a fijar la vista en él se percató de que su figura brillaba de una manera extraña.
—Dime que eres solo una alucinación –le pidió con voz entrecortada—. Dime que solo eres un producto de mi mente perturbada y que en realidad sigues muerto.
—¿Qué te hace pensar que soy una alucinación? –le preguntó Viktor dando un paso hacia delante, acercándose más—. Tú sabes a la perfección que no estoy muerto, que continúo vivo en aquel pequeño en tu vientre –y apuntó con un dedo hacia ella.